Estar cautivado por el amor
y sus locuras alucinantes,
que imaginan luces y sombras
que cautivan, que escucha gritos
y murmullos que incriminan.
Estar encantado por la presencia
de magia, maravilla y realidad,
de cordura y de apariencia que
engaña, inventa o altera,
de oscuridad intermitente
que no asombra ni encandila.
Estar acosado por fantasmas
que otros crearon tiempo atrás,
enigmas nocturnos e insomnios
de presunto licor, sexo y drogas,
letras muertas que nunca alcanzan
para un fonético verseo con
métrica, rima y musicalidad.
Estar invadido por el saber
y el talento que son ajenos,
bufón de envidias y miserias,
repartidor, –por encargo–, de la
más pobre pobreza intelectual,
atrevido impostor que sólo
conocería plagios literarios,
pésimas copias y letras falsas.