Un busto de Saturno se levantaba a la entrada del jardín. Las emisiones que de los agujeros faciales salían eran negras, pero tres sochantres reunidos a su alrededor las pintaban de rojo. A H. esto le pareció muy curioso, y se acercó a ellos para ver cómo lo hacían, para saber por qué lo hacían. En aquel momento oyó que uno de ellos le decía al otro:
—Me has manchado de pintura, te voy a matar. Nadie me descubrirá, pues las manchas de pintura proceden ineluctablemente a la ocultación de la identidad.
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