Mirad fijo el poniente verdor,
ved cómo la primavera,
en su manto de esplendor,
pinta chorretes verduscos,
como el moho impregnador
que abraza las rocas con su cardenillo.
¡Oh, majestuosa primavera,
acicaladora de su entorno!
Cantad su himno de alegría,
escuchad la sinfonía
que el viento con destreza compone.
Oled su fresco lozano,
el aliento vital que nos concede,
que no siempre se colma
la dicha de vivirla,
ni se alcanza a entender
su pomposa magnificencia.
Mirad, cantad, vividla,
que no hay fortuna mayor
que la plegaria al omnipotente
por un edén tan hermoso.
Jactanciosos los ojos siempre rogarán
por un instante más de su gracia.
Mirad, cantad, vividla,
que pronto ha de partir,
sin previo aviso ni señal,
dejando en su ausencia
la promesa de volver.