Érase un hombre imaginario,
contemplando una aurora imaginaria,
acompañado de su amor imaginario,
que llevaba un brebaje sanador imaginario.
El hombre tomó el brebaje de los besos de su amor imaginario,
mientras el amor sabía que era veneno real.
El hombre se dejó llevar por su placer imaginario,
y en los brazos de su amor imaginario, tuvo una muerte real.
El amor no se arrepintió de su asesinato real,
y dejó al alma del hombre vagando en el mundo imaginario.
El amor fue hacia otro hombre con un sentimiento real,
y alimentó sus pensamientos de cariño, como todo amor imaginario.