Toda la dicha cabe en
un suspiro de tiempo,
en un balbuceo de fiebre amarilla
con la piel ennegrecida
y el andar de las botas de sol
estrellándose en el mismo suelo.
Allí el luto es el vestido
cuando finge entender el viento,
el negro que devora
la mano que engrandece el abismo,
donde se siente que la vida
es una taza de amapolas
frías como el metal,
derramándose cuando el absurdo
chamusca hasta los huesos.
He aquí la mejor batalla:
cara a cara conmigo misma
y con las manos vacías
sin dientes de león
con que depurar
la aversión de las zapatillas
por el tormento del asfalto.
La frustración convoca
y es irónico como el humo
se disipa cuando alcanza la cima...
irreal, intocable, imperdurable
es el modo en que bordea el muro
y adopta su forma
sin jamás atravesarlo
y en la piedra queda el olor
de aquello que existió,
la memoria de lo que no vivió...