¿Por qué será, Dios del cielo,
que no se resigna el alma
cuando nos cambian la calma
por olas de desconsuelo?
Tal vez sea por orgullo
del que recibe la afrenta,
porque la pena es inmensa
de ver deshecho el capullo.
Por no escuchar el arrullo
les brota la indiferencia.
Se llora a lágrima ardiente
la ausencia del ser querido,
el corazón conmovido
palpita ligeramente
de verse tan de repente
solito en su gran desvelo,
como un barquito velero
que pierde su capitán
en brazos del huracán
¿por qué será, Dios del cielo?
Todos hablan del verano,
todos de la primavera,
de la luna, de la estrella
y del cielo arrebolado,
como si el enamorado
que pondera tanto azul
tuviera en sí la virtud
de la dicha eternamente,
cuando sólo de repente
se escucha el son del laúd.
La tristeza es un infierno
que nos oprime a su antojo,
como pájaro goloso
muerde las flores brillantes.
El alma es el gobernante
que rige las estaciones,
correspondido en amores
el ser se convierte en sol
y en negro el bello arrebol
si el hombre está en aflicción.