Tú eres mi raiz.
La hoja eterna y fiel.
La que no emigra
de la difunta gracia de la rosa.
Tú eres algo idealmente muerto.
De ti asciende la fragancia purísima
de una existencia oculta.
Y así estás, detenido
en una atmósfera sin tiempo,
en el silencio de una antigua alcoba
llena de vírgenes
y un suavísimo aroma.
Mis labios son ahora
el radiante fantasma de los tuyos.
Y los toco a través de un espacio en el que giran
sistemas silencioso
de racia y de misterio.
Estoy contigo, para siempre,
en medio de una celeste soledad
y el selvático río de mi sangre
se vuelve una constante y mansa devoción
y un rítmico homenaje.
Tú eres ya más que tú.
Una constelación de indecibles presencias.
Una voz que canta ya el tono
de las voces eternas.