Luis LLorens Torres

Linda rubia

Linda rubia: las otras lindas rubias
saben que tú eres la más rubia entre ellas.
¿De qué áureos medievales, de qué onzas
de virreinos en flor, de qué monedas,
por el roce de siglos derretidas,
se amontonan en tus bucles y tus trenzas
la melcocha de oro en que embalsada
salta en rizos de sol tu caballera?
Orfebres gnomos de encantadas grutas,
forjando magias de metal con ella,
para ti harán dos lunas, dos zarcillos,
y para mí dos soles, dos espuelas,
que alumbren los caminos de la noche
y ricen de temblor las madreselvas,
cuando salgamos a correr ensueños,
montada tú a las ancas de mi yegua,
repica que repica repicando
pa—ca—tás pa—ca—tás sobre las piedras,
encendida de espumas la alazana,
encendidas de sangre las espuelas,
encendida la noche de luceros
y encendida la ruta de quimeras...
 
Linda rubia: las otras lindas rubias
saben que tú eres la más zarca entre ellas.
En sueños hice medallón dorado
con las dos medialunas de tus cejas;
marco de mi retrato en miniatura,
que vi en tus ojos de color turquesa
que las azules alas le robaron
a la azul mariposa de la huerta;
a la azul mariposa de azul alba
en que el sol madrugó turnio de ojeras;
a la azul mariposa que en la rosa
lograste al fin hacerla prisionera.
 
Linda rubia: las otras lindas rubias
envidian la blancura de tus perlas.
Tus labios, los dos cárdenos gusanos,
que tu lengua de miel aterciopela
unidos en los picos y en las colas
en apretado amor de macho y hembra,
circundan tu nidada de marfiles,
tus dos triunfales arcos en hileras,
que hízolos Dios para que fuesen dientes
y que una noche se volvieron perlas,
una noche de orgía en el Olimpo,
de rumba y bacanal, la noche lesbia
de la luna desnuda y tú desnuda,
en que borracha tú y borracha ella,
le pegaste un mordisco en las mejillas
empolvadas de polvo de luciérnagas,
y así bañaste en lumbre tus marfiles
que se volvieron luminosas perlas.
 
Linda rubia: las otras lindas rubias
el lujo de tus nácares ensueñan.
Nácares que en tus dedos acumulan
la impalpabilidad con que la abeja
liba el glóbulo intáctil de rocío
sin que su etérea levedad la sienta.
Besos de vaporosos colibríes
que rozan sin rozar las astromelias.
Nácares de las uñas de tus dedos
que palpan sin palpar mi cabellera.
Como las de las playas de los mares,
uñas de las minúsculas almejas
que por entre las púdicas enaguas,
en que la espuma se desriza en seda,
rascan las blancas nalgas de las olas
que a retozar se tienden en la arena.
 
Linda rubia: las otras lindas rubias
saben que tú eres la más blanca entre ellas.
Tú eres la luna medialuna blanca
en mis suntuosas noches de bohemia,
en las aristocráticas orgías
—vinos de mieles de Afrodita y Leda—
y hasta en las náuseas del amor rendido
que vomita su alcohol en las tinieblas.
La medialuna es Venus de los cielos
y tú eres medialuna de la tierra.
En tu falda de plata, Medialuna,
voy a besar el oro de una estrella.

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