Leopoldo Lugones

El sol de media noche

En aquel día de oro suave
Que no tiene fin ni comienzo,
Sobre el cielo lavado de azul como un lienzo,
Se destaca la nave.
Serenísima cabalga
Las olas limpias como calderas.
Arrollando oleosas densidades de alga
Que parecen cabelleras
De anegadas lavanderas.
En lóbrega oxidación de cobaltos,
Alza la costa sus austeros basaltos;
Y a la falda de los montes,
Con sus cimas flagradas de sol, el cielo irradia
Una expansiva claridad de horizontes
En pradiales ternuras de Arcadia.
 
Bajo pálidos tules
Que disuelven el cénit en turquesa,
La nieve montañesa
Contrasta entre ligeros abedules.
 
Una gaviota ensancha
El círculo de su vuelo
Sobre la palpitante lancha.
Que diluye su aguda mancha
En una difusión de fiord y cielo.
 
El agua, mar adentro,
En su propia plenitud se aisla,
Y toda la inmensidad tiene por centro
El punto obscuro de la última isla.
 
Y se desea a la nave buena suerte,
Y en la extensión no hay amenaza alguna,
Cuando, de pronto, se advierte
Que todo aquello pertenece a la luna.
El día es un abuso
Que en el tesoro lunar se ceba;
Y desde el páramo a la gleba,
El oro permanente del sol intruso
Con su brillo insolente nada prueba.
La luna viejecita.
En un vago hielo se derrite,
Quizá soñando un íntimo escondite
Que fuera a la vez templo y ermita.
¡Pobre luna de estío
Condenada a que bogue
Con mortal desvarío,
Sin poder bañarse en ningún río
O en el habitual mar de azogue!
A la par con sus penas,
Plenilunios inútiles devana,
En la astronómica ventana
Donde sueña sus noches agarenas.
 
Farol glacial del invierno:
Cuando se paralice toda savia,
Y muera como un tigre el sol eterno,
Y temple el cierzo formidable la gavia,
Y petrifique el boreal infierno
En suplicio de mármol toda la Escandinavia;
Tu ojo de pez antediluviano
Congelará con su influjo maligno
La desolada extensión, en signo
De esplendor soberano.
Sobre rígidos mares
Que formarán tu palestra,
Recordarás sardónica a la nieve siniestra
Las medias noches solares,
Y tu blanca ironía será una obra maestra.
 
Busca un antro oportuno
Hasta que llegue la solar exequia,
O tu dorado panal obsequia
Al oso misántropo en desayuno.
Que su filial blancura concentre
Tu noble prez, y que desde su brezo.
Te trague en lóbrego bostezo
Y hasta el otofio te guarde en el vientre.

Lunario sentimental (1909)

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