De nuevo llega el mes de las avellanas y
el silencio.
Otra vez se alargan las sombras de las torres
la plenitud azul del huerto familiar.
Y en la noche se escucha el grito desolado
de las frutas silvestres.
Sé muy bien que éste es el mes de
la desesperanza.
Sé muy bien que, tras los mimbres lánguidos
del río, acecha un animal de nieve.
Pero era en este mes cuando buscábamos orégano
y genciana, flores moradas para aliviar
las piernas abrasadas de las madres.
Y recibo el recuerdo como una lenta lluvia
de avellanas y silencio.