Voz inefable que a mi estancia llega
En medio de las sombras de la noche,
Por arrastrarme hacia la vida brega
Con las dulces cadencias del reproche.
Yo la escucho vibrar en mis oídos,
Como al pie de olorosa enredadera
Los gorjeos que salen de los nidos
Indiferente escucha herida fiera.
¿A qué llamarme al campo del combate
Con la promesa de terrenos bienes,
Si ya mi corazón por nada late
Ni oigo la idea martillar mis sienes?
Reservad los laureles de la fama
Para aquellos que fueron mis hermanos:
Yo, cual fruto caído de la rama,
Aguardo los famélicos gusanos.
Nadie extrañe mis ásperas querellas:
Mi vida, atormentada de rigores,
Es un cielo que nunca tuvo estrellas,
Es un árbol que nunca tuvo flores.
De todo lo que he amado en este mundo
Guardo, como perenne recompensa,
Dentro del corazón, tedio profundo,
Dentro del pensamiento, sombra densa.
Amor, patria, familia, gloria, rango,
Sueños de calurosa fantasía,
Cual nelumbios abiertos entre el fango
Sólo vivisteis en mi alma un día.
Hacia país desconocido abordo
Por el embozo del desdén cubierto:
Para todo gemido estoy ya sordo,
Para toda sonrisa estoy ya muerto.
Siempre el destino mi labor humilla
O en males deja mi ambición trocada:
Donde arroja mi mano una semilla
Brota luego una flor emponzoñada.
Ni en retornar la vista hacia el pasado
Goce encuentra mi espíritu abatido:
Yo no quiero gozar como he gozado,
Yo no quiero sufrir como he sufrido.
Nada del porvenir a mi alma asombra
Y nada del presente juzgo bueno;
Si miro al horizonte todo es sombra,
Si me inclino a la tierra todo es cieno.
Y nunca alcanzaré en mi desventura
Lo que un día mi alma ansiosa quiso:
Después de atravesar la selva oscura
Beatriz no ha de mostrarme el Paraíso.
Ansias de aniquilarme sólo siento
O de vivir en mi eternal pobreza
Con mi fiel compañero, el descontento,
Y mi pálida novia, la tristeza.