José María Heredia

La estación de los nortes

Témplase ya del fatigoso estío
El fuego abrasador: del yerto polo
Del septentrión los vientos sacudidos,
Envueltos corren entre niebla oscura,
Y a Cuba libran de la fiebre impura.
 
Ruge profundo el mar, hinchado el seno,
Y en golpe azotador hiere las playas:
Sus alas baña Céfiro en frescura,
Y vaporoso, transparente velo
Envuelve al Sol y al rutilante cielo.
 
¡Salud, felices días! A la muerte
La ara sangrienta derribáis que mayo
Entre flores alzó: la acompañaba
Con amarilla faz la fiebre impía,
Y con triste fulgor resplandecía.
 
Ambas veían con adusta frente
De las templadas zonas a los hijos
Bajo este cielo ardiente y abrasado:
Con sus pálidos cetros los tocaban,
Y a la huesa fatal los despeñaban.
 
Mas su imperio finó: del norte el viento,
Purificando el aire emponzoñado,
Tiende sus alas húmedas y frías,
Por nuestros campos resonando vuela,
Y del rigor de agosto los consuela.
 
Hoy en los climas de la triste Europa
Del aquilón el soplo enfurecido
Su vida y su verdor quita a los campos,
Cubre de nieve la desnuda tierra,
Y al hombre yerto en su mansión encierra.
 
Todo es muerte y dolor: en Cuba empero
Todo es vida y placer: Febo sonríe,
Mas templado entre nubes transparentes,
Da nuevo lustre al bosque y la pradera,
Y los anima en doble primavera.
 
¡Patria dichosa! ¡Tú, favorecida
Con el mirar más grato y la sonrisa
De la Divinidad! No de tus campos
Me arrebate otra vez el hado fiero.
Lúzcame ¡ay! en tu cielo el sol postrero.
 
¡Oh! ¡con cuánto placer, amada mía,
Sobre el modesto techo que nos cubre
Caer oímos la tranquila lluvia,
Y escuchamos del viento los silbidos,
Y del distante Océano los bramidos!
 
Llena mi copa con dorado vino,
Que los cuidados y el dolor ahuyenta:
Él, adorada, a mi sedienta boca
Muy más grato será de ti probado,
Y a tus labios dulcísimos tocado.
 
Junto a ti reclinado en muelle asiento,
En tus rodillas pulsaré mi lira,
Y cantaré feliz mi amor, mi patria,
De tu rostro y de tu alma la hermosura,
Y tu amor inefable y mi ventura.
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