No le quedo más remedio que saltar al techo contiguo, y luego a otro, y a otro...
Siempre tenía el mismo sueño. Soñaba que lo venían a buscar a la puerta de su casa y en un acto de desesperación trepaba a su frágil techo de chapa. La casa no mediría más de 3 metros, pero desde arriba daba la sensación de estar tocando las puertas del cielo. Avanzaba con paso inseguro mientras el viento susurraba su nombre (fingía que era otro para no responder). Los perros se amontaban sobre el portón, también de chapa, queriendo devorar a ese sujeto desconocido. Los ladridos alimentaban su desesperación. No le quedo más remedio que saltar al abismo.
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