Eusebio Blasco

Un duro año

I
 
Monte arriba, cara al viento,
buscando reposo y calma,
íbame yo muy contento,
dándole descanso al alma,
 
y cuando al alto llegué,
y al dar la vuelta a la cima
un rebaño me encontré
que se me venía encima.
 
Avanzaban las ovejas
marchando al paso tranquilas,
y pasaban las parejas
al sonar de las esquilas:
 
y a los últimos reflejos
de los rayos vespertinos
las vi perderse a lo lejos
por los ásperos caminos.
 
Detrás de ellas, lentamente,
dando al aire una canción
y sacando indiferente
su mendrugo del zurrón,
 
venía un pastor, un niño,
un imberbe zagalejo,
que me inspiró ese cariño
que es tan súbito en un viejo.
 
—¡Hola! ¿eres el pastor?
—Sí señor, ¿qué se le ofrece?
—¿tienes padres? —no señor.
—¿cuantos años tienes?– Trece.
 
–¿Y cuanto ganas, amigo?
—Un duro. —¿al día? ¡anda maño!
—¿Un duro al mes? —
¡que no, digo!
—¡Un duro al año!
 
II
 
Le dejé que se marchara
y en el monte me senté,
y avergonzado, la cara
en las manos oculté.
 
Pasaron por mi memoria
templos, palacios y reyes,
los aplausos y las glorias,
los discursos y las leyes,
 
los millones del banquero,
las fiestas del potentado,
réditos del usurero,
ladrones en despoblado,
 
fortunas mal heredadas
en el tapete perdidas,
cortesanas celebradas
de ricas galas prendidas,
 
los que de lujo se afanan,
tantas glorias, tanto daño...
y en tanto hay seres que
ganan...
¡Un duro al año!
 
III
 
¡Un duro! ¡OH Dios!
¡Cuantas veces
lo habré derrochado Yo,
en miles de pequeñeces
que mi gusto me perdió!
 
en comer y no tener ganas,
en caprichos, en favores,
en vanidades humanas,
en guantes, coches y flores,
 
en un rato de placer,
en un litro sin valor,
en apostar, en beber,
en humo, en un buen olor...
 
Y ese duro que se olvida
En cuanto correr se deja,
era un año de la vida
de aquel niño que se aleja...
 
Y vi que somos peores
todos los seres humanos.
unos, falsos soñadores;
otros, falsos puritanos
 
todos en el daño iguales;
ante las llagas sociales;
y hay seres que, en esa
edad
que ignoran su propio
engaño
deben a la humanidad...
¡Un duro al año!
 
IV
 
¡No! Mientras el frío enero,
en una espantosa noche,
mi prójimo, por dinero,
me lleve a mi casa en coche;
 
mientras de la mina obscura
saque el carbón tanta gente,
pasando tanta amargura
para que Yo me caliente;
 
mientras de la alegre fiesta
salga Yo, que siento y creo,
y al pobre que me moleste
le mande airado a paseo;
 
mientras derroche la moda,
y se gasten, grande o chico,
mil duros en una boda.
Mil en entierros del rico,
 
y hasta el sol desigual sea
que me sirvan de lacayos
ni creo en leyes humanas
ni en el que las bombas tira...
¡Palabras! Palabras vanas.
¡Mentira, todo mentira!
 
No hay a las penas consuelos;
¡sufrir y siempre sufrir!
¡El Cristo se fue a los cielos,
pero volverá a venir!
 
Y ha de subir a mil codos
mas alto el nuevo diluvio,
y en el moriremos todos;
y más altos que el Vesubio
 
Nos ha de ver impasible
ese niño, ese pastor,
ya convertido en terrible
ángel exterminador,
 
y entre torrentes de lava
gritara de su alto escaño:
—Yo soy aquel que ganaba
¡Un duro al año!
 
V
 
Así a mis solas decía,
Solo, en la cumbre del monte,
Mientras el sol se escondía
en el rojizo horizonte,
 
en la sombra se ocultaban
lentamente las aldeas,
y allá lejos humeaban
las fabriles chimeneas,
 
entre el ruido y movimiento
de las modernas ciudades,
resumen triste y cruento
de las necias vanidades...
 
Y allá, perdido en la plana,
Cantando, tras su rebaño,
iba aquel niño que gana
¡Un duro al año!
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