En el alma entran furtivas,
Penas presumidas y altivas,
Pretendiendo habitar sin cesar,
Como sombras que no quieren marchar.
Se adhieren al corazón,
Como hiedra que abraza un balcón,
Sofocando la alegría y el amor,
Dejando solo desconsuelo y dolor.
Pero el alma no debe rendirse,
Ante esas penas que intentan invadirse,
Debe luchar con fuerza y tesón,
Para expulsarlas y encontrar su razón.
No hay penas que puedan vencer,
A un espíritu que decide renacer,
Que se levanta con valentía y honor,
Y las enfrenta con toda su fuerza y valor.
Así, las penas presumidas se irán,
Dejando espacio a la luz que brillará,
Y el alma, libre y renovada,
Volverá a sentir la dicha anhelada.