Los doce trabajos de Hércules
Doce fueron sus pruebas, doce caminos oscuros,
donde el hombre y el mito cruzaron destinos duros.
Primero al León de Nemea, de piel impenetrable,
enfrentó con sus manos, en fuerza insuperable.
Luego, en la ciénaga, la Hidra de múltiples cabezas,
cortó y quemó cada una en crueles proezas.
Cazó a la Cierva de Artemisa, de pezuñas doradas,
corriendo tras ella, en tierras sagradas.
Al Jabalí de Erimanto, fiero y desafiante,
capturó en la nieve, en un duelo agotante.
Y a las Aves de Estínfalo, con plumas de acero,
espantó en la laguna, su vuelo severo.
Limpió los establos de Augías, inmundos y antiguos,
en un solo día, con ríos como testigos.
Y al séptimo, en Creta, al Toro domó,
bestia de fuego que el mar dominó.
Luego, las yeguas de Diomedes, de hambre cruel,
calmó con astucia, con trágico papel.
Robó el cinturón de Hipólita, la reina aguerrida,
en lucha y promesas, entre sangre y vida.
El rojo ganado de Gerión, guardado en batalla,
trajo desde el fin del mundo, entre viento y metralla.
Las manzanas doradas del jardín inmortal,
obtuvo de Atlas, quien cargó el vendaval.
Por último, en sombras, bajó al inframundo,
a Cerbero enfrentó, de aspecto iracundo.
Doce trabajos que el héroe venció,
doce leyendas que el tiempo narró.
