El aire, cuyo soplo fatigado
despierta las almenas del rocío,
se enreda en el letargo de un estío
que anhela su reflejo en lo callado.
Los álamos, sin sombras ni pasado,
recitan su vaivén como un vacío,
y el río, en su murmullo tan umbrío,
deshace la memoria en un costado.
Si el céfiro olvidara su constancia,
¿qué haría la colina con su brisa?
Tal vez se haría mármol la fragancia
o el ámbar de la tarde una ceniza.
Así la eternidad pierde importancia
cuando en lo eterno todo se desliza.