Agua espesa, divinamente pantanosa,
agua de olvido, espejo de tinieblas,
agua donde penetra el alma y nada se oye.
Fresca agua para el rostro, para toda la carne
mancillada y expuesta
sanguinolenta en todos los mercados.
Agua —como la patria—abierta en canal.
Patria bárbara y militar
dejada de la mano de los dioses,
fugitiva del agua que todo lo purifica.
Patria nuestra muerta de rocío
y yerbas pisoteadas por asesinos y ladrones
y después más ladrones y más
y más y nunca terminan asesinos
y carceleros, oh dios,
ah amada, desventurada
patria—cárcel
Tal es mi furia y mi testimonio dijo el dios
en el instante del sagrado crepúsculo, cuando las colinas
se alejaron hacia un infinito de miseria.
No otra es mi palabra, mi árido paisaje de sangre,
la soledad amorosa que me es negada, los ojos
que me hieren, los poros con que hiero y salvo.
Oh dios, ay dios de heridas y puñales,
dios de piedra punzante, hubo una hora en que
todo pareció como el estallido del alba
y las sonrisas esplendieron como pétalos
y el amor era magnífico hasta la belleza total.
Después nos acribillaron y nos arrebataron
la desnuda libertad.
Parece no importar, oh tú, horripilante
y solitario lleno de asco dios de la infamia,
gran sacerdote del exterminio.
A tus pies, hombre y duelo,
junto a tus heridas cristalinas y tu agua,
me arrodillo otra vez a contemplar el paso de mi patria,
y digo que todo podría ser tan hermoso y sagrado
como el amor, como el Amor,
como el AMOR, oh dios,
recíbeme en tu piedra,
¡hazme vivir!