El poeta muerto

Ozymandias

versión "El poeta muerto"

En el desierto, donde el sol muere y la arena llora,
se erige un pedestal, hueco, olvidado por el dios del tiempo.
Sobre él, una inscripción, cruelmente vana,
“Soy Ozymandias, rey de reyes”,
pero no hay ecos, solo el vacío de la nada.
 
Oh, ¿quién lo vio alguna vez en su gloria?
El monstruo de carne y orgullo,
el que se creyó eterno,
que en su cima juró reinar sobre la agonía del mundo.
 
Sus manos, que antes tejían destinos,
hoy son polvo que se disuelve en la noche sin luna.
Su rostro, la mueca grotesca de la arrogancia,
se deshace bajo el peso del olvido,
y la sombra de su imperio se arrastra
por los pasillos del silencio absoluto.
 
El viento, burlón y cruel,
ha arrancado su memoria,
y con cada soplo,
se lleva un fragmento de su condena,
dejando solo el eco de su risa ahogada,
como la risa de quien nunca entendió
que todo lo que construye el hombre
se convierte en ceniza al final.
 
“Contemplad mis obras”, dijo,
pero lo único que queda es la duda,
la amarga y dulce certeza
de que el hombre que quiso ser dios
es ahora solo un nombre,
una historia rota
entre las sombras de un sol que nunca lo iluminó.

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