Carolina Coronado

En el álbum fúnebre. a la memoria de una joven

¡Nadie se muere de amor!
 
¡Cómo habías de vivir
si amando, pobre mujer,
tenemos que combatir,
y el luchar nunca es vencer,
el luchar siempre es morir!
 
Cuando entre galas y flores
amor te daba la palma,
le dije a tus amadores:
«No le habléis tanto de amores
que tiene sensible el alma».
 
Pero el mundo descreído
respondió con su sonrisa:
«Deja que halaguen su oído,
que ya por el bien querido
nadie se muere, poetisa».
 
Volví más tarde a decir:
—Mirad que perdió el color
y no cesa de gemir».
Mas él tornó a repetir,
—Nadie se muere de amor.
 
—Puede ser que el mundo ignore
cuanto su dolor la hiere...
—Deja, poetisa, que llore,
por mucho que al hombre adore,
ninguna mujer se muere.
 
Yo volví más consolada
y estabas en la agonía.
—¡Se muere! clamé aterrada;
pero el mundo respondía:
—Es muerte de enamorada.
 
Ya tu pecho palpitante
al impulso del dolor,
lanzó un grito penetrante,
y el mundo dijo: —¡Es amante!
¡Nadie se muere de amor!
 
Yo vi tu mirada incierta
clavarse al fin aterida,
y dije al mundo: —¡Está muerta!
y respondió: —Está dormida;
¡ya verás cómo despierta!
 
Ya oye el mundo la campana
que anuncia con su clamor
de una belleza lozana
¡la muerte horrible y temprana
que le ha alcanzado su amor!
 
Ya envuelta en el blanco velo
la ve al sepulcro marchar
y la acompaña en el duelo,
y aun aguarda con recelo
que pueda resucitar.
 
Y al sepultar a la bella
no sabiendo en su rencor
qué decir el mundo de ella,
dice: La mató su estrella...
Nadie se muere de amor.

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