Carolina Coronado

El girasol

¡Noche apacible!, en la mitad del cielo
brilla tu clara luna suspendida.
¡Cómo lucen al par tus mil estrellas!
¡Qué suavidad en tu ondulante brisa!
 
Todo es calma: ni el viento ni las voces
de las nocturnas aves se deslizan,
y del huerto las flores y las plantas
entre sus frescas sombras se reaniman.
 
Sólo el vago rumor que al arrastrarse
sobre las secas hojas y la brizna
levantan los insectos, interrumpe
¡oh noche! aquí tu soledad tranquila.
 
Tú que a mi lado silencioso velas,
eterno amante de la luz del día,
sólo tú, girasol, desdeñar puedes
las blandas horas de la noche estiva.
 
Mustio inclinado sobre el largo cuello
entre tus greñas la cabeza oscura,
del alba aguardas el primer destello,
insensible a la noche y su frescura.
 
Y alzas alegre el rostro desmayado,
hermosa flor, a su llegada atenta:
que tras ella tu amante, coronado
de abrasadoras llamas se presenta.
 
Cubre su luz los montes y llanuras;
la tierra en torno que tu cerca inflama;
mírasle fija; y de su rayo apuras
el encendido fuego que derrama.
 
¡Ay triste flor! que su reflejo abrasa
voraz, y extingue tu preciosa vida.—
mas ya tu amante al occidente pasa,
y allí tornas la faz descolorida
 
Que alas te dan para volar parece
tus palpitantes hojas desplegadas,
y hasta el divino sol que desparece
transportarte del tallo arrebatadas.
 
Tú le viste esconderse lentamente,
y la tierra de sombras inundarse.—
Una vez y otra brilló en Oriente,
y una vez y otra vez volvió a ocultarse.
 
Al peso de las horas agobiada,
por las ardientes siestas consumida,
presto sin vida, seca y deshojada
caerás deshecha, en polvo convertida.
 
¿Qué valió tu ambición, por más que el vuelo
del altanero orgullo remontaste?
Tu mísera raíz murió en el suelo,
y ese sol tan hermoso que adoraste,
 
Sobre tus tristes fúnebres despojos
mañana pasará desde la cumbre,—
ni a contemplar se detendrán sus ojos
que te abrasaste por amar su lumbre.

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