Carolina Coronado

A la soledad

Al fin hallo en tu calma
si no el que ya perdí contento mío,
si no entero del alma
el noble señorío,
blando reposo a mi penar tardío.
 
Al fin en tu sosiego,
amiga soledad, tan suspirado,
el encendido fuego
de un pecho enamorado
resplandece más dulce y más templado.
 
Y al fin si con mi llanto
quiero aplacar ¡ay triste! los enojos
del íntimo quebranto,
no me dará sonrojos
el continuo mirar de tantos ojos.
 
Danme, sí, tierno alivio
la soledad del campo y su belleza,
y va el dolor más tibio
su ardiente fortaleza
convirtiendo en pacífica tristeza.
 
Plácenme los colores
que al bosque dan las luces matutinas:
alégranme las flores,
las risueñas colinas
y las fuentes que bullen cristalinas.
 
Y pláceme del monte
la grave majestad que en las llanadas
como pardo horizonte
de nubes agolpadas,
deja ver sus encinas agrupadas.
 
Allí con triste ruido
de las sonoras tórtolas, en tanto
que posan en el nido
bajo calado manto,
de una a otra encina se responde el canto.—
 
—Tal vez mis pasos guío
por los sombrosos valles, escuchando
al caminante río,
que con acento blando
se va por los juncares lamentando.
 
Ya entonces descendiendo
de su altura va el sol, cansada y fría
claridad esparciendo,
y a poco entre armonía
cierra sus ojos el señor del día.
 
Y los míos acaso
alguna vez,  del sueño sorprendidos,
dejaron que en su ocaso
pararan confundidos
afanes del espíritu y sentidos.
 
Si sola y retirada,
aún me entristece más noche sombría,
la luna con rosada
faz, por oculta vía
sale a hacerme amorosa compañía.
 
Y al fin hallo en tu calma,
¡Oh soledad! si no el contento mío,
si no entero del alma
el dulce señorío,
blando reposo a mi penar tardío.

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