Ágora Antigua - 2022
Sus foscos ojos no logran determinar el incierto de su paradero. Siente una rasca cadena que lo inmoviliza y su testa lo somete a un dolor punzante. Dos minutos entre el polvo y una parva luz que corre por una tronera le tomó vislumbrar a uno de los hoplitas atenienses que batalló junto a él en el fallido intento de liberar Corinto de las manos de los salvajes espartanos, quienes, con sus xifos, protegidos por sus aspis, lograron arrasar con todo aquel que intentara atacarlos. Ve como quien fue aprehendido junto a él se le dificulta abrir los ojos, mientras se encuentra echado entre, lo que parecieran, una píxide y una mesa con un cúmulo de espadas y hachas, aunque su pesada cadena es muy corta como para permitirle alcanzarlas, pero esto le hace saber que no se encuentra en una prisión. El hoplita malherido logró despertar y luego de unos segundos buscó atemorizado respuestas a sus múltiples interrogantes, sin logro alguno.
A la distancia, una voz comenzó a hablar, como si fuese una especie de presentador, y seguido de este unos exaltados y numerosos aplausos que incrementan la grima de los atenienses. Guardaron especial silencio para lograr comprensión a esas palabras que aportan a su congoja.– Hoy les hemos traído exclusivamente para su divertimento, al asesino más voraz de Esparta, 32 veces invicto, “La Bestia Espartana”– acompañado de vitoreos y aplausos de lo más ensordecedores – ha tenido que hacer un largo viaje para llegar a Creta y ofrecerles este espectáculo, así que ¡va a ser mejor que lo disfruten! – no terminó de pronunciar esas palabras y se escucharon unos grávidos y cachazudos pasos, que prestamente abrió una ruinosa puerta y con brusquedad tomó una de las hachas que se encontraban en la mesa y rompió las cadenas de los hoplitas, agarrándolos de sus cabelleras y transportándolos hasta la arena donde enfrentarían a la bestia.
Al salir de lo que fue su cautiverio, quedaron cegados por el fulminante resplandor del sol, que por su posición, rondaba entre las tres o cuatro de la tarde. Al recuperar la visión, con lo primero que se encontraron fue con la mayoría de los soldados que pelearon junto a ellos, colgados y atravesados con lanzas, algunos enteros y otros sin extremidades, una escena de lo más grotesca. El guardia seguía arrastrándolos como animales por los metros que significaba llegar a la arena. Y entonces escucharon al
presentador pronunciar – se enfrentarán a la bestia dos hoplitas de Atenas, capturados y mantenidos con vida solo para vivir un infierno peor, será la bestia y luego Hades quienes los juzgarán – fue entonces cuando el recorrido guiado llegó a su fin, y se abrieron las puertas del purgatorio.
Lentamente se iban abriendo y vieron como la bestia de Esparta era llamada así por una razón, era increíblemente enorme, una musculación digna de un Dios, una mirada tan sádica que era como mirar al mismo Hares a los ojos, con una espada tan filosa como una puntiaguda obsidiana, bañada en sangre, y producía tanto terror como Cerbero, aparentando la bestialidad del mismo. Las puertas se cerraron y desde lo lejos les tiraron una lanza y una espada a los pavorosos guerreros que debían defender su vida contra un enemigo que jugaba con ventaja, el dos contra uno más injusto de la historia. No mostraron ni un porcentaje de todo el miedo que corría por sus cuerpos y miraron a la bestia a los ojos. Cinco minutos, similares a la eternidad, fue lo que duraron los últimos aplausos antes del comienzo de la batalla, quietos los tres, los hoplitas sosteniendo sus armas con toda la fuerza producto de la adrenalina que emanaban, y el espartano esperando el ataque de sus rivales. Habían ido al campo de batalla más complejo en la guerra por el Peloponeso, sido vencidos por los espartanos, cruzado el Mediterraneo para terminar en Creta y decidir su destino.
Estaba claro que cobardes no eran, y con prisa se lanzaron a la caza de la bestia. Inmovil, dispuesto a recibirlos, el invicto quedó en el medio de la arena. Esquivó con eficacia la lanza y el hachazo que les proporcionaban inútilmente los soldados, y, por contraataque, hizo un corte en la pierna de uno de ellos y otro en el brazo del restante.
La pelea era claramente para el luchador más hábil, y los tres sabían de quién se trataba. Se alejaron de él, tomaron aire, y se separaron. La estrategia usada en el campo de batalla que incontables veces les generó victorias, podía ser usada aquí también. Dos frentes, a no ser que la bestia tuviera ojos en la espalda o la velocidad de una cascabel, era imposible que los cubriera. Uno lanzó un grito de guerra, avisando al otro que era hora de atacar, y nuevamente se abalanzaron contra el oponente. Al instante de recibirlos, el espartano se agachó, logrando esquivar con eficacia uno de los golpes, más no el otro, que cortó desde el trapecio hasta el dorsal ancho, ocasionando tal enojo en el luchador que no se contuvo y con su espada apuñaló atravesando al soldado que no lo había cortado por el estómago y empujándolo hacia atrás, para usarlo como escudo contra el otro ateniense.
No fueron los gritos, aplausos y vitoreos los que ensordecieron al hoplita, sino la impotencia de no poder salvar a su compañero, que estaba sometido por la bestia y disparando sangre por su boca, con la mirada perdida ya había dado cuenta del fin. La bestia lo hizo ponerse de rodillas al herido y cortó su garganta; ni una pizca de piedad se vió en sus ojos, hasta placer le producía hacerlo. No era momento de penar a su aliado, quien ahora le queda un juzgado con los dioses, puesto que todo el accionar y movimientos del despiadado asesino fue con dificultad, el corte proporcionado fue realmente eficaz, y fue el único segundo donde sintió realmente que tenía una oportunidad de salir triunfante de la afronta en Creta.
Recuperó fuerzas, sin dejar que la bestia también lo haga, atacó por tercera vez. La bestia espartana posó la mirada amenazante contra el infatigable soldado que corría sin importancia a ésta. Lanzó tres hachazos seguidos, que uno rozó al contrincante, y siguió esperanzado. Logró esquivar un brutal espadazo. Atacar, defenderse, atacar, la estrategia del hoplita intentando cansar al espartano. Entre tanto recibir y retroceder, la temida bestia tropieza con una roca, sin caer, solo se posa sobre su rodilla derecha, pero eso le bastó al ateniense, quien dirigió su hacha, juntando toda la poca fuerza que le quedaba, el golpe final. Atravesó la cabeza de la bestia. Un baño de sangre, adrenalina y el más puro sentimiento de victoria y satisfacción, taparon la espada de la bestia, que también había atravesado al hoplita. La bestia espartana cayó, junto a él y a los pocos segundos, también el ateniense. Tirados en medio de la arena, todos aplaudiendo, satisfechos con el espectáculo, sin importarles en absoluto las tres vidas que se pusieron en juego para la batalla.
El presentador rompió el silencio entre el ruido.– ¡Vaya espectáculo!, 32 victorias y un empate para el invicto, es realmente sorprendente, es decir, fue realmente sorprendente.– El último suspiro del último hoplita en pie, sin pensar en nada realmente y con un sentimiento de realización, fue mirando al sol de la tarde. El guardia que arrastró hasta sus muertes a los atenienses, quitó los cadáveres del campo de batalla, y cerró la gran puerta de la arena. El show terminó.
Cuento corto presente en las olimpiadas de historia de secundaria. Año 2022.