Como poseída por un secreto embrujo, caminaba Rosana, envuelta en su manto escarlata.
Iba y venía a la fontana cercana en busca de su amor perdido.
Hasta que en aquel triste día, cansada, triste, desolada, trastabilló y cayose su cántaro encantado.
De las decenas de trozos esparcidos brotó un sonoro quejido...
—Ven a buscarme amor mío—
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