A veces digo me voy
como si fuera mi voluntad,
una decisión de total autonomía,
pero en realidad, no me queda de otra,
estoy huyendo
inútilmente
hacia la vida.
No hablo de cobardía o insensatez
aquí es deriva inevitable,
yo como otro
sin suelo,
señales,
estrellas,
enceguecidos en el centro de la luz,
tercos efímeros sin remedio,
así nos hicieron,
no veo por qué negarlo.
¿Quietud? ¿Qué es eso?
¿Silencio? No lo conozco.
Tengo los nombres
no identidad
como nuestros pasos
me hago y me deshago
me hago y me deshago.
Si quedan huellas
ya son de otros,
si me recuerdan
piensan en alguien más,
si me nombran
nunca supieron de mí.
¿Podré alguna vez habitar algo más
que este cuerpo seducido y desgastado?
¿Me sentiré a gusto en algún lugar
que no despierte en mí la ansiedad de ruta?
¿Bastará alguien que me espere
con el hogar prendido, las manos tiernas
y un pecho abierto de solo pan y agua fresca?
Decime
¿Existe algo más que el camino?
Es inútil, no hay regreso,
ni la muerte me espera,
sobre ella pasaré y sospecho
seguiré huyendo.
Porque para mí
todo es movimiento, fuga de lo inerte,
pasajero, aunque no sepa a bordo de qué,
todo resbala, escurre, desvanece
y en mí se traduce
como juego y arrojo,
contradicción y persistencia,
maña y fragilidad,
brío y desamparo.