Llevaban una tienda y descreían
de todo lo vendible.
La forma de los huevos
les parecía superflua.
Para sus hijos habían descubierto
el cero de la diversión,
¿y qué iba a sacar yo de aquellos trastos,
si soy del gremio de los teñidores?
Ya no más asomarme
bajo el disfraz de quien les compra algo.
De corazones tan prudentes no salen buenas tonterías,
pensé como farsante,
como uno más de los que tiñen hojas en el gremio.
El horizonte era de nieve en el cristal
y por el horizonte corrió un lobo.
Mancha en lo blanco,
tinta escribiendo línea de fuga,
bestia de tantas páginas leídas
y piel que ningún frío atravesaba,
¿cómo iba a no encontrar contento en él,
si soy del gremio de los teñidores?