Tabla de la adoración
El viaje ha puesto rodillas de camellos en las piernas de los reyes.
Rodillas de camellos, cal viva, sangre de coral, reyes hincados
ante su cabeza picuda de garbanzo, todavía por soldar
los huesos del cráneo rematado en nimbo,
en humo de volcán preparándose.
De estos tres reyes sale el ejército de donantes genuflexos
que llenan iglesias y museos. Yemas de huevo batidas
en aceite de linaza, pan de oro sobre tabla de nogal
o álamo blanco, lapislázuli majado por los aprendices:
las materias más ricas forman sus capas,
brocados laberínticos para hormigas locas.
El pincel de un solo pelo en cada brizna del pajar,
que aquí está el garbancito, la aguja en el pajar del universo.
Ángeles gatean por el techo del pesebre,
alzan vuelo, entresacan de la paja del techo filacterias,
divisas de galletas de la fortuna, venturosas citas de los profetas.
Padre y madre, el carpintero y la anunciada,
dormitan en la mansedumbre del burro y de la vaca.
Ella carga a su hijo lo mismo que una niña lleva un pez
en una bolsa transparente, poniéndolo continuamente ante sus ojos.
Porque él es, en todo esto, el gran detalle.
Una vez que se amplía, su imagen aparece compuesta
por venas y por grietas.
Es la grieta capital. Un cascarón a punto de explotar
que exige vigilancia, restauración continua, nada de luz directa,
temperatura estable.
Sangre de coral, cal viva, rodillas de camello... También nosotros
hemos hecho un viaje largo y prematuro, todavía por soldar
los huesos de su cráneo.
No sostiene la mirada, no distingue lo que tiene enfrente,
aunque refuljan las capas de los reyes y vayamos de una sala a otra,
desde el retablo donde lo anuncian al tríptico de su crucifixión.
Hemos venido a adorarlo y está ciego para el mundo,
pero igual que la vaca mete su testa de vaca entre las testas de los reyes,
a nosotros nos corresponde pedir: “Dámelo para lamerlo”.
Del libro inédito "Quien en una emboscada nocturna"
