Hubo un tiempo en el que medio país intentó matar al otro medio,
y el otro medio mataba porque se defendía;
Un tiempo, en que nacer o morir era lo mismo,
y en el que el hambre era tan grande,
que ya no era comer lo que faltaba,
pues la única carne que había se encontraba,
en las fosas comunes,
y era humana.
Hubo un tiempo en que los padres odiaban a sus hijos,
y los hijos a sus padres, y también a sus hermanos.
Mientras, las madres se escondían detrás de sus propias manos,
para no mostrar la aridez de sus ojos,
que se secaron, sin lágrimas.
A estos tiempos siguieron otros tiempos
y fueron tiempos en los que ya no fue quedando nada.
Miento: quedaron los recuerdos.
Recuerdos de padres matando a sus hijos,
de hijos matando a sus padres,
de hermanos matándose entre ellos,
¿Y las madres?
Seguían deambulando con sus ojos tapados
por sus manos.
Las madres soñaban con los supermercados llenos,
pero en sus sueños
la carne que comían volvía a ser la de las fosas comunes.
Era carne humana, las de sus hijos y las de sus maridos.
En ese tiempo fue cuando se volvieron locas,
locas como sólo saben volverse las mujeres.
Locas, atrapadas en los recuerdos que son para siempre,
del tiempo en que la carne humana estaba viva,
del tiempo de los maridos, cuando fueron amantes,
del tiempo de los hijos, cuando se acurrucaban tiernos,
del tiempo de los hermanos, siempre tan queridos.
Las mujeres locas se quedaron solas.
Medio país mató al otro medio,
y el otro medio mató por defenderse.
Las fosas comunes rebosaban carne humana.
Bienvenido al tiempo de las madres locas,
locas por estar muy locas,
locas de deseo por cambiar las cosas,
locas por hacer útiles los duros recuerdos.
Fue el tiempo en que las madres locas proclamaron:
Si ellos crearon la guerra,
nosotras, las locas, construiremos
la esperanza.