Alfonsa de la Torre

Sonetos

Estoy en el umbral del Laberinto
dejando a un lado mi jardín de lauro,
y, aunque escucho mugir al Minotauro,
no tiembla mi columna ni su plinto.
 
Espero que el valor no quede extinto
por un lapita más, por un centauro,
ya que se eleva mi Ascendente en Tauro
corona ganaré en azul jacinto.
 
Puso en la empresa velas desplegadas,
que las negras se fueron por la borda
porque no ocurra aquí lo que a Teseo.
 
¡Oh mis siete parejas consagradas!,
no temáis al amor, ni a quien lo aborda.
¡La máscara del monstruo por trofeo!

 
Como lluvia de marzo en el sotillo
oigo tu voz por pájaros herida,
el aire se la lleva, conmovida,
aromando de rosas el tomillo;
 
entre el trigo maduro, sólo un grillo
canta consciente su canción vencida,
y es en la noche una emoción perdida
la silueta intangible del castillo.
 
¿Por qué con tus acentos melodiosos,
abiertos a la tímida arrogancia,
no colmas mis sentidos ambiciosos?
 
Habla, que hasta en los párpados escrita
tengo tu voz, antigua resonancia
que mi cansada sangre necesita.

 
 
Ya siento que a mi lado no te siento
y sólo tu silencio me acompaña;
con tu ausencia la estrella me es extraña
y es la flor causa de mi desaliento;
 
en la clausura del remordimiento
la espina audaz, que sin descanso daña,
procura, firme, adolorar la entraña,
declarando la guerra al pensamiento.
 
¿Por qué es la noche como ayer, serena?,
¿por qué se besa el tilo con la acacia
y están los pies desnudos en la arena?,
 
¿por qué todo es igual y no acontece
que al faltar el influjo de tu gracia
el campo, todo, de dolor, perece?

 
 
Detrás del ventanal, codo con codo,
vemos caer la nieve sigilosa...
Tú dices: “—La mortaja de una rosa—”.
Rápida atajo yo: “—De ningún modo.
 
Son las canas del Estío. Sabio todo.
Las virutas del mármol de una fosa—”.
“—¡Oh mi culta doctora primorosa!,
el amor no le va, busque acomodo—”.
 
“—Está bien, mi señor. Y si profeso
el alto grado de los ruiseñores,
¿qué extraño es que lo ejerza con el pico?—”
 
“—¡Pequeño corazón de mis amores!,
pues deja que yo pique ese acerico—”.
... Y así nació entre nieve el primer beso.

 
Paloma de papel, carta primera,
ven a mí con tus picos impacientes,
te abriré con mis uñas, con mis dientes,
te besaré después de tanta espera.
 
Te anidaré, paloma mensajera,
entre mis manos suaves y calientes,
y candados pondré, pondré serpientes
que custodien tu buche y mi quimera.
 
Háblame de él, amiga silenciosa,
aunque por sangre me devuelvas tinta
y en lugar de su voz, patas de araña.
 
Viérteme el contenido de tu entraña,
y no críes, ¡por Dios!, pájara pinta,
que la ausencia de amor es dolorosa.
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