¡Cómo los elementos se endurecen!
La luz lunar, la peña como tiza,
en cuyo seno blanco ahora yacemos
espalda contra espalda. Oigo un búho
chillar desde su frío añil vocales
que en mi corazón entran insufribles.
El niño, en cuna blanca, se estremece,
suspira, abre la boca, pide algo.
Su rostro está esculpido en rojo y pena.
Y luego las estrellas: duras, arduas
de arrancar. Toco: duéleme y me quema.
No puedo ver tus ojos. Donde enfría
la noche la manzana en flor yo ando,
circular, en mi cauce hondo y amargo
de errores viejos. El amor no puede
venir aquí. Se muestra un negro abismo
en el opuesto labio.
Un alma blanca
y pequeña me llama, un blanco, un mínimo
gusano. Abandonáronme mis miembros,
¿quién nos ha desmembrado? Nos tocamos
como tullidos. La oscuridad fúndese.
Traducido por Jesus Pardo