Joaquín Sabina
Mi vecino de arriba, don Fulano de Tal,
es un señor muy calvo, muy serio y muy formal,
que va a misa el domingo y fiestas de guardar,
que es una unidad de destino en lo universal,
 
que busca en esta vida respetabilidad,
que predica a sus hijos responsabilidad.
Llama “libertinaje” a la libertad,
ha conseguido todo menos felicidad.
 
Mi vecino de arriba hizo la guerra y no
va a consentir que opine a quien no la ganó,
mi vecino es un recto caballero español
que siempre habla ex cátedra y siempre sin razón.
 
Mi vecino de arriba es el lobo feroz
que va el domingo al fútbol y ve televisión,
que engorda veinte quilos si le llaman “señor”,
que pinta en las paredes “rojos al paredón”.
 
Al vecino de arriba le revienta que yo
deje crecer mi barba y cante mi canción,
mi vecino de arriba es más hombre que yo
(dice que soy un golfo y que soy maricón).
 
Mi vecino de arriba se lo pasa fatal
y que yo me divierta no puede soportar,
cuando me mira siente ganas de vomitar,
si yo fuera su hijo me pondría a cavar.
 
Mi vecino de arriba, en la barra del bar,
cuando se habla de sexo dice que es supermán
(es una pena que su mujer no opine igual);
de sexo, las mujeres no debían opinar.
 
Mi vecino de arriba un día me pescó
magreando a su hija dentro del ascensor;
del trabajo volvía cuando reconoció
la voz que me decía: “quítate el pantalón”.
 
Aún estoy corriendo, no quiero ni pensar
lo que habría sucedido si me llega a alcanzar;
como hay niños delante no les puedo contar
lo que con su cuchillo me quería cortar.
 
Me he cambiado de casa, de nacionalidad,
pero, a pesar de todo, todo ha seguido igual,
los vecinos de arriba inundan la ciudad,
si tu vives abajo, no te dejan en paz.
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