LIII
Del imperio austro-húngaro, estreñido,
por falta de sonrisas verticales,
a Tombuctú, provincia del olvido,
partió don Luis, en bici de pedales.
Pero, si el arcabuz de cierta estrella
cegó a Pablo camino de Damasco,
al olor de charanga con paella
no hay Berlanga que no tome del frasco.
Y acampó en Calabuch, dos o tres meses,
entre cristianos, moros de paisano
y falleras que follan con franceses,
y, en plena mascletá, rezando un credo,
ante el altar de un culo valenciano,
se le escapó del alma: tengo miedo.