Yo era un capo en el ambiente,
derrochaba adrenalina,
me presentaba en Corrientes,
tenía palco en el Colón,
manejaba un convertible,
no escatimaba propinas,
las quimeras imposibles
de otros eran mi rutina,
no había nacido la mina
que me dijera que no.
Pero pucha, un un veintinueve
de aquel febrero bisiesto
me vi pernoctando un jueves
en un banco de estación,
sin más ajuar que lo puesto,
ni credit card, ni cobija.
Las ratas que huían del barco
del retrato de mis hijas
me afanaron hasta el marco
creyendo que era art decó.
Las coristas y las farras
se esfumaron con la guita,
los muchachos de la barra
no me echaron ni un piolín;
Charly no tuvo un detalle
ni Fito un “¿qué necesitas?”
cuando, al cabo de la calle,
rompí mi caricatura,
ni el camión de la basura
tuvo un jergón para mí.
Disqué el movicón amado
de una gatita de angora,
“no moleste a la señora”,
contestó el contestador.
Y aprendí que estar quebrado
no es el infierno del Dante,
ni un currículo brillante
la lámpara de Aladino,
cuando me hablan del destino
cambio de conversación.
Espejismos rosicleres
ya no me fruncen el ceño,
ni me cobran alquileres
las mujeres que olvidé,
bajo el sol que me apuñala
vivo sin patria ni dueño,
como el aire lo regalan
y el alma nunca la empeño
con las sobras de mis sueños
me sobra para comer.
¿De qué voy a lamentarme?,
bulle la sangre en mis venas,
cada día al despertarme
me gusta resucitar,
a quien quiera acompañarme
le cambio versos por penas,
bajo los puentes del Sena
de los que pierden el norte
se duerme sin pasaporte
y está mal visto llorar.