La piedra no se mueve.
En su lugar exacto
permanece.
Su fealdad está allí, en medio del camino,
donde todos tropiecen
y es, como el corazón que no se entrega,
volumen de la muerte.
Sólo el que ve se goza con el orden
que la piedra sostiene.
Sólo en el ojo puro del que ve
su ser se justifica y resplandece.
Sólo la boca del que ve la alaba.
Ella no entiende nada. Y obedece.