Los niños que crecimos abandonados
somos el fruto de los niños olvidados.
Y los niños abandonados,
consumidos bajo la luz de la familia crecimos más inocentes que los demás, más vulnerables y más sensibles.

Somos los niños que de pronto un día se notaron diferentes.

Podrían clasificarnos, pero somos del mismo “bando”.
Niños abandonados por aquellos que cumplían únicamente responsabilidad.

Aquellos que creían que nunca lo íbamos a saber,
Somos los pequeños arrinconados a encontrar la verdad, para años después morder la cebolla de la incongruencia.

Somos los niños abandonados en hogares tranquilos,
Niños que crecimos en el silencio de la aceptación.
Niños que sonreímos hasta crecer.
Niños que aún, en la madurez, estamos en el maldito proceso de comprender lo que por tanto tiempo guardamos sin saberlo. De la caja escondida en nuestros recuerdos, de los recuerdos que ellos creyeron que se iban a mantener en silencio.

Somos niños golpeados dentro de lo aceptable, niños afortunados, niños que no se deben quejar.
Niños que sufrimos sin razón, niños atacados por la felicidad y el bienestar.
Niños nunca abrazados, niños que nunca vieron amor.

Somos niños tristes en la felicidad,
Niños engañados,
Niños tragados y sumergidos en el mar del estereotipo, niños con esfuerzos truncos, niños con sueños en las nubes, ahogados en la realidad frágil como una hoja muerta.

Niños producto de la triste aceptación,
Hijos de dios,
Niños que vivieron en la supervivencia.
Niños obedientes
Niños tranquilos y alegres
Inteligentes.

Niños incomprendidos
Pequeños tesoros que no fueron recogidos.
Niños abandonados,
En los brazos maternos nunca fuimos amamantados.
Desde el nacimiento abandonados
pero, ¡no olvidemos que un día fuimos abrazados!