A María Enriqueta
Una canción es una herida de amor que nos abrieron las cosas.
A ti, hombre basto, sólo te turba un vientre de mujer, un montón de carne de mujer. Nosotros vamos turbados, nosotros recibimos la lanzada de toda la belleza del mundo, porque la noche estrellada nos fue amor tan agudo como un amor de carne.
Una canción es una respuesta que damos a la hermosura del mundo. Y la damos con un temblor incontenible, como el tuyo delante de un seno desnudo.
Y de volver en sangre esta caricia de la Belleza, y de responder al llamamiento innumerable de ella por los caminos, vamos más febriles, vamos más flagelados que tú.
Una mujer está cantando en el valle. La sombra que llega la borra; pero su canción la yergue sobre el campo.
Su corazón está henchido, como su vaso que se trizó esta tarde en las guijas del arroyo. Mas ella canta; por la escondida llaga se aguza pasando la hebra del canto, se hace delgada y firme. En una modulación la voz se moja de sangre.
En el campo ya callan por la muerte cotidiana las demás voces, y se apagó hace un instante el canto del pájaro más rezagado. Y su corazón sin muerte, su corazón vivo de dolor, ardiente de dolor, recoge las voces que callan en su voz, aguda ahora, pero siempre dulce.
¿Canta para un esposo que la mira calladamente en el atardecer, o para un niño al que su canto endulza? ¿O cantará para su propio corazón, más desvalido que un niño solo al anochecer?
La noche que viene se materniza por esa canción que sale a su encuentro; las estrellas se van abriendo con humana dulzura: el cielo estrellado se humaniza y entiende el dolor de la Tierra.
El canto puro como un agua con luz, limpia el llano, lava la atmósfera del día innoble en el que los hombres se odiaron. De la garganta de la mujer que sigue cantando, se exhala y sube el día, ennoblecido, ¡hacia las estrellas!
Dios me dijo: –Lo único que te he dejado es una lámpara para tu noche. Las otras se apresuraron, y se han ido con el amor y el placer. Te he dejado la lámpara del Ensueño, y tú vivirás a su manso resplandor.
No abrasará tu corazón, como abrasará el amor a las que con él partieron, ni se te quebrará en la mano, como el vaso del placer a las otras. Tiene una lumbre que apacigua.
Si enseñas a los hijos de los hombres, enseñarás a su claridad, y tu lección tendrá una dulzura desconocida. Si hilas, si tejes la lana o el lino, el copo se engrandecerá por ella de una ancha aureola.
Cuando hables, tus palabras bajarán con más suavidad de la que tienen las palabras que se piensan en la luz brutal del día.
El aceite que la sustente manará de tu propio corazón, y a veces lo llevarás doloroso, como el fruto en él que se apura la miel o el óleo, con la magulladura. ¡No importa!
A tus ojos saldrá su resplandor tranquilo y los que llevan los ojos ardientes de vino o de pasión, se dirán: -¿Qué llama lleva ésta que no la afiebra ni la consume?
No te amarán, creyéndote desvalida: hasta creerán que tienen el deber de serte piadosos. Pero, en verdad, tú serás la misericordiosa cuando con tu mirada, viviendo entre ellos, sosiegues su corazón.
A la luz de esta lámpara, leerás tú los poemas ardientes que han entregado la pasión de los hombres, y serán para ti más hondos. Oirás la música de los violines, y si miras los rostros de los que escuchan, sabrás que tú padeces y gozas mejor. Cuando el sacerdote, ebrio de su fe, vaya a hablarte, hallará en tus ojos una ebriedad suave y durable de Dios, y te dirá: –Tú le tienes siempre; en cambio, yo sólo ardo de Él en los momentos de éxtasis.
Y en las grandes catástrofes humanas, cuando los hombres pierden su oro, o su esposa, o su amante, que son sus lámparas, sólo entonces vendrán a saber que la única rica eras tú, porque con las manos vacías, con el regazo baldío, en tu casa desolada, tendrás el rostro bañado del fulgor de tu lámpara. ¡Y sentirán vergüenza de haberte ofrecido los mendrugos de su dicha!
I. Amarás la belleza, que es la sombra de Dios sobre el Universo.
II. No hay arte ateo. Aunque no ames al Creador, lo afirmarás creando a su semejanza.
III. No darás la belleza como cebo para los sentidos, sino como el natural alimento del alma.
IV. No te será pretexto para la lujuria ni para la vanidad, sino ejercicio divino.
V. No la buscarás en las ferias ni llevarás tu obra a ellas, porque la Belleza es virgen, y la que está en las ferias no es Ella.
VI. Subirá de tu corazón a tu canto y te habrá purificado a ti el primero.
VII. Tu belleza se llamará también misericordia, y consolará el corazón de los hombres.
VIII. Darás tu obra como se da un hijo: restando sangre de tu corazón.
IX. No te será la belleza opio adormecedor, sino vino generoso que te encienda para la acción, pues si dejas de ser hombre o mujer, dejarás de ser artista.
X. De toda creación saldrás con vergüenza, porque fue inferior a tu sueño, e inferior a ese sueño maravilloso de Dios, que es la Naturaleza.