Pedro Salinas

La materia no pesa.

La materia no pesa.
Ni tu cuerpo ni el mío,
juntos, se sienten nunca
servidumbre, sí alas.
Los besos que me das
son siempre redenciones:
tú besas hacia arriba,
librando algo de mí,
que aún estaba sujeto
en los fondos oscuros.
Lo salvas, lo miramos
para ver cómo asciende,
volando, por tu impulso,
hacia su paraíso
donde ya nos espera.
No, tu carne no oprime
ni la tierra que pisas
ni mi cuerpo que estrechas.
Cuando me abrazas, siento
que tuve contra el pecho
un palpitar sin tacto,
cerquísima, de estrella,
que viene de otra vida.
El mundo material
nace cuando te marchas.
Y siento sobre el alma
esa opresión enorme
de sombras que dejaste,
de palabras, sin labios,
escritas en papeles.
Devuelto ya a la ley
del metal, de la roca,
de la carne. Tu forma
corporal,
tu dulce peso rosa,
es lo que me volvía
el mundo más ingrávido.
Pero lo insoportable,
lo que me está agobiando,
llamándome a la tierra,
sin ti que me defiendas,
es la distancia, es
el hueco de tu cuerpo.
Si, tú nunca, tú nunca:
tu memoria, es materia.
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