Octavio Paz

Seven P.M.

En fila ordenadas regresamos
y cada noche, cada noche,
mientras hacemos el camino,
el breve infierno de la espera
y el espectro que vierte en el oído:
«¿No tienes sangre ya? ¿Por qué te mientes?
Mira los pájaros...
El mundo tiene playas todavía
y un barco allá te espera, siempre.»
 
Y las piernas caminan
y una roja marea
inunda playas de ceniza.
 
«Es hermosa la sangre
cuando salta de ciertos cuellos blancos.
Báñate en esa sangre:
el crimen hace dioses.»
 
Y el hombre aprieta el paso
y ve la hora: aún es tiempo
de alcanzar el tranvía.
 
«Allá, del otro lado,
yacen las islas prometidas. Danzan
los árboles de música vestidos,
se mecen las naranjas en las ramas
y las granadas abren sus entrañas
y se desgranan en la yerba,
rojas estrellas en un cielo verde,
para la aurora de amarilla cresta...»
 
Y los labios sonríen y saludan
a otros condenados solitarios:
¿Leyó usted los periódicos?
 
«¿No dijo que era el Pan y que era el Vino?
¿No dijo que era el Agua?
Cuerpos dorados como el pan dorado
y el vino de labios morados
y el agua, desnudez...»
 
Y el hombre aprieta el paso
y al tiempo justo de llegar a tiempo
doblan la esquina, puntuales, Dios y el tranvía.
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