Toda la noche batalló con la noche,
ni vivo ni muerto,
a tientas penetrando en su substancia,
llenándose hasta el borde de sí mismo.
Primero fue el extenderse en lo obscuro,
hacerse inmenso en lo inmenso,
reposar en el centro insondable del reposo.
Fluía el tiempo, fluía su ser,
fluían en una sola corriente indivisible.
A zarpazos somnolientos el agua caía y se levantaba,
se despeñaban alma y cuerpo, pensamiento y huesos:
¿pedía redención el tiempo,
pedía el agua erguirse, pedía verse,
vuelta transparente monumento de su caída?
Río arriba, donde lo no formado empieza,
al agua se desplomaba con los ojos cerrados.
Volvía el tiempo a su origen, manándose.
Allá, del otro lado, un fulgor hizo señas.
Abrió los ojos, se encontró en la orilla:
ni vivo ni muerto,
al lado de su cuerpo abandonado.
Empezó el asedio de los signos,
la escritura de sangre de la estrella en el cielo,
las ondas concéntricas que levanta una frase
al caer y caer en la conciencia.
Ardió su frente cubierta de inscripciones,
santo y señas súbitos abrieron laberintos y espesuras,
cambiaron reflejos tácitos los cuatro puntos cardinales.
Su pensamiento mismo, entre los obeliscos derribado,
fue piedra negra tatuada por el rayo.
Pero el sueño no vino.
¡Ciega batalla de alusiones,
obscuro cuerpo a cuerpo con el tiempo sin cuerpo!
Cayó de rostro en rostro,
de año en año,
hasta el primer vagido:
humus de vida,
tierra que se destierra,
cuerpo que se desnace,
vivo para la muerte,
muerto para la vida.
(A esta hora hay mediadores en todas partes,
hay puentes invisibles entre el dormir y el velar.
Los dormidos muerden el racimo de su propia fatiga,
el racimo solar de la resurrección cotidiana;
los desvelados tallan el diamante que ha de vencer a la noche;
aun los que están solos llevan en sí su pareja encarnizada,
en cada espejo yace un doble,
un adversario que nos refleja y nos abisma;
el fuego precioso oculto bajo la capa de seda negra,
el vampiro ladrón dobla la esquina y desaparece, ligero,
robado por su propia ligereza;
con el peso de su acto a cuestas
se precipita en su dormir sin sueño el asesino,
ya para siempre a solas, sin el otro;
abandonados a la corriente todopoderosa,
flor doble que brota de un tallo único,
los enamorados cierran los ojos en lo alto del beso:
la noche se abre para ellos y les devuelve lo perdido,
el vino negro en la copa hecha de una sola gota de sol,
la visión doble, ¡a mariposa fija por un instante en el centro del
cielo,
en el ala derecha un grano de luz y en ¡a izquierda uno de sombra.
Reposa la ciudad en los hombros del obrero dormido,
la semilla del canto se abre en la frente del poeta.)
El escorpión ermitaño en la sombra se aguza.
¡Noche en entredicho,
instante que balbucea y no acaba de decir lo que quiere!
¿Saldrá mañana el sol,
se anega el astro en su luz,
se ahoga en su cólera fija?
¿Cómo decir buenos días a la vida?
No preguntes más,
no hay nada que decir, nada tampoco que callar.
El pensamiento brilla, se apaga, vuelve,
idéntico a sí mismo se devora y engendra, se repite,
ni vivo ni muerto,
en torno siempre al ojo frío que lo piensa.
Volvió a su cuerpo, se metió en sí mismo.
Y el sol tocó la frente del insomne,
brusca victoria de un espejo que no refleja ya ninguna imagen.