Miguel Hernández

Oda a la higuera

Abiertos, dulces sexos femeninos,
o negros, o verdales:
mínimas botas de morados vinos,
cerrados: genitales
lo mismo que horas fúnebres e iguales
 
Rumores de almidón y de camisa:
¡frenesí! de rumores en hoja verderol, falda precisa,
justa de alrededores
para cubrir adánicos rubores.
 
Tinta imborrable, savia y sangre amarga;
malicia antecedente,
que la carne morena torna torna y larga
con su blancor caliente,
bajo la protección de la serpiente.
 
¡Oh meca! de lujurias y avisperos,
quid de las hinchazones.
¡Oh desembocadura! de los eros;
higuera de pasiones,
crótalos pares y pecados nones.
 
Al higo, por él mismo vulnerado
con renglón de blancura,
y orines de jarabe sobre el lado
de su mirada oscura,
voy, pero sin pasar de mi cintura.
 
Blande y blandea el sol, ennegrecido,
el tumor inflamable.
El pájaro que siente aquí su nido,
su seno laborable,
se ahogará de deseo antes que hable.
 
Bajo la umbría bíblica me altero,
más tentado que el santo.
Soy tronco de mí mismo, mas no quiero,
ejemplar de amaranto,
lleno de humor, pero de amor no tanto.
 
Aquí, sur fragoso tiene el viento
la corriente encendida;
la cigarra su justo monumento,
la avispa su manida.
¡Aquí vuelve a empezar!, eva, la vida.
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