Miguel Hernández

Elegía

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se ha quedadonovia por casar la panadera de pan más trabajadoy fino, que le han muerto la pareja del ya imposible esposo.)

Tengo ya el alma ronca y tengo ronco
el gemido de música traidora...
Arrímate a llorar conmigo a un tronco:
 
retírate conmigo al campo y llora
a la sangrienta sombra de un granado
desgarrado de amor como tú ahora.
 
Caen desde un cielo gris desconsolado,
caen ángeles cernidos para el trigo
sobre el invierno gris desocupado.
 
Arrímate, retírate conmigo:
vamos a celebrar nuestros dolores
junto al árbol del campo que te digo.
 
Panadera de espigas y de flores,
panadera lilial de piel de era,
panadera de panes y de amores.
 
No tienes ya en el mundo quien te quiera,
y ya tus desventuras y las mías
no tienen compañera, compañera.
 
Tórtola compañera de sus días,
que le dabas tus dedos cereales
y en su voz tu silencio entretenías.
 
Buscando abejas va por los panales
el silencio que ha muerto de repente
en su lengua de abejas torrenciales.
 
No espere ver tu párpado caliente
ni tu cara dulcísima y morena
bajo los dos solsticios de su frente.
 
El moribundo rostro de tu pena
se hiela y desenduiza grado a grado
sin su labor de sol y de colmena.
 
Como una buena fiebre iba a tu lado,
como un rayo dispuesto a ser herida,
como un lirio de olor precipitado.
 
Y sólo queda ya de tanta vida
un cadáver de cera desmayada
y un silencio de abeja detenida.
 
¿Dónde tienes en esto la mirada
si no es descarriada por el suelo,
si no es por la mejilla trastornada?
 
Novia sin novio, novia sin consuelo,
te advierto entre barrancos y huracanes
tan extensa y tan sola como el cielo.
 
Corazón de relámpagos y afanes,
paginaba los libros de tus rosas,
apacentaba el hato de tus panes.
 
Ibas a ser la flor de las esposas,
y a pasos de relámpago tu esposo
se te va de las manos harinosas.
 
Échale, harina, un toro clamoroso
negro hasta cierto punto a tu menudo
vellón de lana blanco y silencioso.
 
A echar copos de harina yo te ayudo
y a sufrir por lo bajo, compañera,
viuda de cuerpo y de alma yo viudo.
 
La inaplacable muerte nos espera
como un agua incesante y malparida
a la vuelta de cada vidriera.
 
¡Cuántos amargos tragos es la vida!
Bebió él la muerte y tú la saboreas
y yo no saboreo otra bebida.
 
Retírate conmigo hasta que veas
con nuestro llanto dar las piedras grama,
abandonando el pan que pastoreas.
 
Levántate: te esperan tus zapatos
junto a los suyos muertos en tu cama,
y la lluviosa pena en sus retratos
desde cuyos presidios te reclama.
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