Miguel Hernández
Ay, hijo soy del ay,
hijo soy del ay, mi hijo,
hijo de su padre amargo.
 
Ay, hijo soy del ay,
en un ay fui concebido
y en un ay fui engendrado.
 
Del ay al ay por el ay,
en un ay puse a mi madre
el vientre disparatado:
 
Del ay al ay por el ay,
iba la pobre –¡ay, qué peso!–
con mi bulto suspirando.
 
—¡Ay, que voy a malparir!
¡Ay, que voy a malograrlo!
¡Ay, que me apetece esto!
¡Ay, que aquello será malo!
¡Ay, que me duele la madre!
¡Ay, que no puedo llevarlo!
¡Ay, que se me rompe él dentro,
ay, que él afuera! ¡Ay, que paro!
En un ay nací: en un ay
y en un ay, ¡ay! fui criado.
 
Del ay al ay por el ay,
del ay al ay por el ay,
a un ay eterno he llegado.
 
—¡Ay, que me arranca los pechos
a pellizcos y a bocados!
¡Ay, que me deja sin sangre!
¡Ay, que me quiebra los brazos!
¡Ay, que mi amor y mi vida
se quedan sin leche, exhaustos!
¡Ay, que enferma! ¡Ay, que suspira!
¡Ay, que me sale contrario!
 
Ay, hijo soy del ay,
y ¡adiós!, el aire me dice
cuando pasa por mi lado.
 
Ay, hijo soy del ay,
sucias rachas tumban todas
las cometas que levanto.
 
Del ay al ay por el ay,
del ay al ay por el ay,
a un ay eterno he llegado.
 
Del ay al ay, por el ay,
vivo en un ay, y en un ay
moriré cuando haga caso.
 
Ay!, dirá, solo, mi huerto
¡ay!, llorarán mis hermanos
¡ay!, gritarán mis amigos,
con un ay entre los labios.
¡Ay, qué angustia! ¡Ay, qué dolor
de cielos, mares y campos
de flores, montes y nieves
de ríos, voces y pájaros!
 
Del ay al ay por el ay,
a un ay eterno he llegado.
Vivo en un ay, y en un ay,
vivo en un ay, y en un ay
moriré cuando haga caso.
 
En un ay nací: en un ay
y en un ay, ¡ay! fui criado.
Del ay al ay por el ay,
a un ay eterno he llegado.
Del ay al ay, por el ay,
vivo en un ay, y en un ay
y a un ay eterno he llegado
del ay al ay por el ay.
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