La segunda venida al reencuentro de su amada
Aún recuerdo aquella noche del día sábado 12 de noviembre, cuando volviste a ser la luz de mi alma. A través de tus ojos llegue silencioso a tus brazos, como un ángel a visitar a su otro ángel, sin respirar, en silencio, para cruzar las miradas. Parecía como si no hubiese pasado el tiempo, de aquella primera vez en que viaje y le conocí, toda hermosa y ansiosa de volver a ser amada, como si mi partida nunca hubiese existido, nada me ahogaba, todo estaba como la primera vez, me sentía tan vivo, al menos eso es lo que pensaba. Me acerque a ella y le abracé fuerte contra mi pecho, casi podía sentirse los latidos de nuestros corazones, que fundiéndose en un solo cuerpo, no quería despegarme de ella, me embriague de su aroma, y la mire directamente con los ojos llenos de lágrimas, sin querer que me los viera, con la mirada agachada, y sentí que ella deseaba lo mismo que yo, no irse nunca más de mis brazos... Ni yo de los suyos... Nunca más. Nuestras manos se convirtieron en divinas palomas recorriendo el cuerpo del otro, todo en silencio, sólo los bullicios de los besos, de la pasión del reencuentro, de los sabores... De sentirse de nuevo junto a ella y ella sentirse junto a mi.
El reencuentro volvía a tener lugar y sentido para ambos, parecía que nuestros pechos explotaba de alegría, y las comisuras de nuestra boca parecía que se iban abriendo de tanto sonreír, ese era nuestro amor, que iba aceptando cada gesto que nos brinda la vida, el amor, agradecido por ello. Nuestros besos se prolongaba con nuestras mentes, queriendo extraviarse en el mundo del romanticismo que te marca la vuelta, una y otra vez como si se tratara de un poema que te obsesiona de niño, y cuando has terminado de leerlo lo haces sonriendo porque te llena el alma henchida de amor y recuerdos, que por más que necesites olvidar, albergas la esperanza de volver abrir el libro y volver a leerlo, así es nuestro amor dulce y abierto. Nada importaba, excepto el aquí y ahora, el nosotros de esta realidad paralela que vivimos una y otra vez como si fueran bellos sueños. El querer creer cambiar los planes, a base de mentiras, con tal de tomar un avión o un bus y atravesar el mundo o de sentir su cercanía, sediento de ese amor, nada imposible, que en la buenaventura vale los esfuerzos. Este amor que yo alimento de mi propio corazón, no nace de la inclinación sino del sentimiento, ese amor por mi amada Lorena, cosa tan bella, que me inclinara a que le amara, en ese mismo momento, pues yo en mi locura y mi pasión, dulce Lorena, tengo hechas de tus plumas de tus flechas las alas del corazón. Tanto he llegado a quererla, que en sus brazos me consuela, cariñosa y amando firme, más hago yo en no morirme en su dulce pasión, y adviertes, que en tu pasión se puede tener por cierto, que es decir ausente y muerto dos veces una razón, y que te permitís ser sincera aunque despiertes deseos dolorosos, que para mi son una bendición. Un animal salvaje al que se observa de lejos y al que se agradece toda interacción que decida tener contigo, un contacto intelectual, espiritual y físico que sentía necesario.
Desde esas largas noches inolvidables de entrega no he podido olvidarte, que pensaría retomar el camino de nuevo, una visión romántica de la intimida entre la lujuria dibuja un escenario plagado de palabras dulces y gestos de ternuras exagerados, la realidad del amor entre otras cosas, es complicidad pura, y en sexo entre dos personas que se aman es el abandono más acabado del ser. Veo en sombras el cuarto y en el lecho desnudos, sonrosados, el nudo vivo de los amantes, boca con boca, cuerpo contra cuerpo, haciéndose más apretado el nudo estrecho, un desorden de sabanas y almohadas, dos pálidas cabezas despeinada, y una suelta palabra indiferente, y un vago olor de deseo en el ambiente. Como dos ángeles torturados por placer en el cristal azul del amanecer, balanceándonos sobre el filo delirante del torbellino, huiremos sin tregua y reposo al paraíso de los sueños. Oh amada, tú que duermes tan hondo que no despiertas!... Milagrosas de vivas, milagrosas de muertas, y por muertas y vivas eternamente abiertas, bebo en ella la calma como en una laguna tranquila y serena. Y yo me iré cantando, y se quedará mi huerto con su verde árbol, y con su pozo blanco, y tocarán como esta tarde han tocado, las campanas del campanario, y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, hay se quedará la mujer que más amo, yo retornaré a mi lindo Guayaquil, para seguirle cantando.
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