El marciano llegó en una nave reducida, casi portátil, algo así como un Volkswagen del espacio. Además de su propia lengua, sólo hablaba inglés, pero no el de la BBC sino el de Shakespeare, o sea que a cada rato decía thou en vez de you.
Cuando la cápsula de bolsillo aterrizó en Piccadilly Circus, fue inmediatamente rodeada por 20 curiosos y 130 periodistas. El viajero abrió la ventanilla de la minúscula nave y asomó su cabeza, que para asombro de los presentes no tenía antenas sino una boina casi vasca.
Entonces señaló a uno de los periodistas (Bob Peterson, del Manchester Guardian) y le dijo a quemarropa: Vengo con poco, poquísimo tiempo. Busco cierto juguete antiguo, de unas dos pulgadas de largo, un carrito de bomberos con un letrerito que dice Birmingham Fire Brigade y que, según un catálogo de Miller’s Antiques Price Guide, estaba en venta en una sucursal de San Petersburgo. Es urgente, muy urgente. ¿Queda muy lejos San Petersburgo?
Unos 75 años, dijo el periodista, sin perder su flema. Muchas, muchas gracias, dijo el marciano. Cerró rápidamente (realmente, estaba apurado) la ventanilla, y de inmediato la cápsula empezó a elevarse y en pocos segundos se borró en la niebla londinense.