En esta cotidiana me falta el otoño
con su instalada transparencia
aquel sol amarillo que rodeaba los pinos
y hacía prestigiosa su inmovilidad
un cierto aroma a avenidas copadas
por hojas secas y puestos de uva
y también a muchachas que exhumaban sus prendas
de lana y naftalina
me falta el magro invierno
con su desorden y su austeridad
los ráfagas de lluvia casi horizontales
que humedecen los tímpanos
o las mañanas con el chispeante viento
de la costa ceniza
que encrespa las hilachas y las tentaciones
y desmantela la inocencia
la primavera echo de menos
con sus nacientes telones verdes
el desenlace de la hipocondría
y el comienzo de la calle de todos
el paisaje que se creyó olvidado
y que de pronto va emergiendo del mar
y esa luz extraña gire se instala en los patios
junto a la madreselva y en el corazón
ahora tengo un verano de doce meses
digamos seis de lluvia y seis de seca
con un sol blanco que todo lo germina
y bajo el cual crece la palma como
la revolución y viceversa
y el color viene desde el pasado
y sin tomarse ni un respiro
se proyecta hacia el porvenir
así y todo echo de menos
mi pleno estío de tres meses
no es lo mismo el calor tras el calor
que el calor que viene después del frío
de ahí que rescate las olas necesarias
para abrazar las rocas de aquella siesta
y la gaviota que me daba un aviso
que entonces no entendí y que seguramente
me hubiera convenido entender.