Lope de Vega

Gallardo pasea zaide

Gallardo pasea Zaide
puerta y calle de su dama,
que desea en gran manera
ver su imagen y adorarla,
 
porque se vido sin ella
en una ausencia muy larga,
que desdichas le sacaron
desterrado de Granada,
 
no por muerte de hombre alguno
ni por traidor a su dama,
mas por dar gusto a enemigos,
si es que en el moro se hallan,
 
porque es hidalgo en sus cosas,
y tanto que al mundo espantan
sus larguezas, pues por ellas
el moro dejó su patria;
 
pero a Granada volvió
a pesar de ruin canalla,
porque siendo un moro noble
enemigos nunca faltan.
 
Alzó la cabeza y vido
a su Zaida a la ventana,
tan bizarra y tan hermosa
que al sol quita su luz clara.
 
Zaida se huelga de ver
a quien ha entregado el alma,
tan turbada, y tan alegre,
y cuanto alegre turbada,
 
porque su grande desdicha
le dio nombre de casada,
aunque no por eso piensa
olvidar a quien bien ama.
 
El moro se regocija,
y con dolor de su alma,
por no tener más lugar,
que el puesto no se le daba,
 
por ser el moro celoso
de quien es esposa Zaida,
y en gozo, contento y pena
le envió aquestas palabras:
 
«—¡Oh más hermosa y más bella
que la aurora aljofarada,
mora de los ojos míos,
que otra beldad no te iguala!
 
Dime, ¿fáltate salud
después que el verme te falta?
Mas según la muestra has dado
amor es el que te falta,
 
pues mira, diosa cruel
lo que me cuestas del alma,
y cuántas noches dormí
debajo de tus ventanas;
 
y mira que dos mil veces
recreándome en tus faldas,
decías: «—El firme amor
sólo entre los dos se halla»,
 
pues que por mí no ha quedado,
que cumplo por mi desgracia
lo que prometo una vez,
cúmplelo también, ingrata.
 
No pido más que te acuerdes,
mira mi humilde demanda,
pues en pensar sólo en ti
me ocupo tarde y mañana—».
 
Su prolijo razonar
creo el moro no acabara,
si no faltara la lengua
que estaba medio trabada.
 
La mora tiene la suya
de tal suerte, que no acaba
de acabar de abrir la gloria
al moro con la palabra,
 
vertiendo de entrambos ojos
perlas con que le aplacaba,
al moro sus quejas tristes
dijo la discreta Zaida:
 
«—Zaide mío, a Alá prometo
de cumplirte la palabra
que es jamás no te olvidar,
pues no olvida quien bien ama;
 
pero yo no me aseguro
ni estoy de mí confiada,
que suele a cuerpo presente
ser la vigilia doblada,
 
y más tú que lisonjeas,
que ya lo tienes por gala,
de ser como aquí lo has dicho,
no habiendo en mí bueno nada.
 
Sé muy bien lo que te debo
y plugiese a Alá quedara
hecho mi cuerpo pedazos
antes que yo me casara,
 
que no hay rato de contento
en mí, ni un punto se aparta
este mi moro enemigo
de mi lado y de mi cama,
 
y no me deja salir,
ni asomarme a la ventana,
ni hablar con mis amigas
ni hallarme en fiestas o zambras—».
 
No pudo escuchalla más
el moro, y así se aparta
hechos los ojos dos fuentes
de lágrimas que derrama.
 
Zaida, no menos que él,
se quita de la ventana,
y aunque apartaron los cuerpos
juntas quedaron las almas.

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