«—Ensíllenme el potro rucio
del alcaide de los Vélez,
denme el adarga de Fez
y la jacerina fuerte;
una lanza con dos hierros,
entrambos de agudos temples,
y aquel acerado casco
con el morado bonete,
que tiene plumas pajizas
entre blancos martinetes,
y garzotas medio pardas,
antes que me vista, denme.
Pondréme la toca azul
que me dio para ponerme
Adalifa la de Baza,
hija de Zelín Hamete;
y aquella medalla en cuadro
que dos ramos la guarnecen
con las hojas de esmeraldas,
por ser los ramos laureles;
y un Adonis que va a caza
de los jabalíes monteses,
dejando su diosa amada,
y dice la letra “Muere”—».
Esto dijo el moro Azarque
antes que a la guerra fuese,
aquel discreto y animoso,
aquel galán y valiente,
Almoralife el de Baza,
de Zulema descendiente,
caballeros que en Granada
paseaban con los reyes.
Trajéronle la medalla,
y suspirando mil veces,
del bello Adonis miraba
la gentileza y la suerte:
«—Adalifa de mi alma,
no te aflijas ni lo pienses;
viviré para gozarte,
gozosa vendrás a verme;
breve será mi jornada,
tu firmeza no sea breve,
procura, aunque eres mujer,
ser de todas diferente.
No le parezcas a Venus,
aunque en beldad le pareces,
en olvidar a su amante
y no respetalle ausente.
Cuando sola te imagines,
mi retrato te consuele,
sin admitir compañía
que me ultraje y te desvele;
que entre tristeza y dolor
suele amor entremeterse,
haciendo de alegres tristes
como de tristes alegres.
Mira, amiga, mi retrato,
que abiertos los ojos tiene,
y que es pintura encantada,
que habla, que vive y siente.
Acuérdate de mis ojos,
que muchas lágrimas vierten,
y a fe que lágrimas suyas
pocas moras las merecen—».
En esto llegó Gualquemo
a decille que se apreste,
que daban priesa en la mar
que se embarcase la gente.
A vencer se parte el moro,
aunque gustos no le vencen,
honra y esfuerzo lo animan
a cumplir lo que promete.