El ojo verdeoro de mi perro
vale más que el fatal de la victoria.
Aquél es mansedumbre sin memoria,
éste, aullido de muerte, filo y hierro.
La ternura de casta en que me encierro,
al cachorro de miel graba en mi historia
sin crónicas de duelo ni de gloria.
Es en mi soledad tan sólo un perro.
Perro pequeño, tierno, vigilante
de mi suspiro y de mi gesto triste
en el día y la noche sin diamante.
Mi febril mano a su cabeza alargo
y el duro tiempo, el duro tiempo amargo,
de una íntima gracia se reviste.