Como San Sebastián, blanco de dardos,
muero y renazco en noche y mediodía.
Nada importan la herida y la agonía,
los ramos del dolor, los goces tardos.
Mi escudo de palomas y de nardos,
el corazón, en blanca hechicería,
resguarda para canto y melodía.
Los honderos se harán tristes y tardos.
Golondrinas de miel han de vendarme
y antiguas brujas han de perdonarme
al fin aquella juventud de cielo.
Porque hasta el mal ya sabe que soy mansa
y que sólo he arrojado en mi balanza,
versos, amor, silencio y desconsuelo.