Sentado en un banco debajo de un árbol de tamarindo que ha de tener sus 15 años o más, seis hombres y dos chicas conversan sosteniendo sus cuerpos en troncos que hacen de sillas, hablan del cuerpo, de clases, de depresiones y finalmente de drogas, de que muy rico y todo pero no tenemos plata, uno de ellos masajea la espalda ya jorobada aunque no tanto como la mía, de una de las chavas, y pienso en tantas cosas que ya me habían hecho el día, pero que aprovecho para ver en ellxs, pienso en las dinámicas de relacionarnos, pienso en que no encuentro mi jarabe para hacer ese trago que llevo años sin tomar y que de seguro no me tendría tan asqueado de todo, pienso en que soy un “come boca” por andar inmiscuido en las conversaciones ajenas, como me decía papi, aunque honestamente no creo que quisieran que fueran privadas porque este es de hecho, el único espacio que tenemos para estar solxs aunque siempre entre el gentío. Hacen los chistes que siempre hacen los hombres sobre coger, porque coger en sus cabezas no es más que meter y sacar, las chicas se ríen y se sienten empoderadas, validadas por ellos, luego se van y me permito alterar los hechos con los cipotes que se acercan a besar mi mejilla en un acto de ser cortés, a los que les niego el saludo aunque no del todo, pues les doy la mano simplemente porque hoy no me apetece ser patán. Al fin quedo sólo en el banco y saco el segundo cigarro de la cajetilla, veo la hora desde el “maquito” que compré por emergencia una tarde lluviosa en Tegucigalpa, me quedan diez minutos para movilizarme de aquí, a menos que quiera un reporte adicional en mi historial de desobediencias, y me permito pensar en la cara de la chica de la farmacia que visité hace casi una hora, no saco de mi cabeza la imagen de su rostro cuando le pregunté el precio de una inyección de testosterona, en eso llegan dos chicos, de esos que se creen muy machos porque a los 20 ya fueron de putero, hablan de negras que dan masajes en algún motel, de shots de tequila en una cantina entre otras cosas que me hacen cuestionarme lo macho y lo trans, se van y ahora sí creo quedar sólo, pero la gente no desaprovecha los últimos cinco minutos de este horario cansado y se escucha sonar música de banda a todo volumen, pienso en lo irritante que se me hace el trombón y en cómo puedo tolerar esas mismas letras cuando vienen a ritmo de bachata. Un señor de unos 60 años, herido de la vida según percibo, llega, pero es prudente y no altera mi soledad, se queda a unos cuantos pies del otro lado, cuando se termina el cikis, me da las buenas noches y un minuto después suena el primer campanazo, pero no quiero dejar el tercer cigarro a medias, lo termino y decido tirarme en la cama que siempre me acoge, entonces ahora me permito seguir pensando en tanto... en que en este preciso momento hay un buen amigo en una cárcel de a saber qué ciudad, me pregunto si mis amigos muertos a ritmos de balas estarán en algún paraíso ficticio o quemándose en un infierno peor que la tierra, pienso en la gente que habita las calles de Santo Domingo esta noche, en mi hermano y los botellazos que siempre graba en algún colmadón del barrio, pienso en esa amiga con la que no hablaba desde hace años y que me escribió esta tarde para contarme que se está medicando pa’ la depresión y en esas tres personas que me escriben para preguntarme cómo la vencí, para que les hable de felicidad, pienso en el voice de mi papá a su novia y que siempre que lo extraño escucho, porque es la única forma de sentirme un poco más calmado, pienso en las lágrimas que se me salieron hoy en clases sin razón aparente, pienso en tanto que no puede ser plasmado en este texto que ya se alargó más de lo que esperaba, pero el pensamiento más recurrente se resume en lo afortunado que podría decirse soy, por razones que casi nunca valoro, pero al mismo tiempo me hace ruido pensar que tanta gente con ganas de vivir hoy está a 7 metros del suelo por culpa de cabrones, pienso en que yo pude ser el que se murió en un accidente de moto en mi calle, que yo pude ser al que mataron por marica, que yo no debería estar aquí, pienso en la gente que quiero y como la lastimo sin quererlo (y esto no lo digo en voz de victima), pienso cuánto tiempo podré aguantar y qué pasaría en caso de que no mucho, pienso en que la gente dice que fumar le hace daño a mis pulmones, como si respirar el aire de esta ciudad ya no lo hiciera, me viene a la cabeza que ya no quiero ni intentar tantas cosas, como ese examen que dejé en blanco esta mañana aún sabiendo lo determinante que podía ser, pienso en que me faltan agallas para tanto.